La necesidad de estudiar el proceso de la descomposición humana tras la muerte provocó que el doctor Bill Bass creara, en una superficie arbolada de Tennessee –EEUU–, la llamada “Granja de cadáveres”. Allí, decenas de cuerpos
sin vida se pudren literalmente al aire libre, con un cometido muy específico: servir para atrapar a los peores asesinos del país de las barras y estrellas. Nunca conocerán otro lugar igual y, seguramente, tampoco les importará. En la localidad norteamericana de Tennessee, en la ciudad de Knoxville, se yergue un complejo conocido como Centro de Investigación Antropológica. Aproximadamente 1,2 hectáreas de terreno boscoso donde se han diseminado a voluntad decenas de cadáveres humanos, con el propósito de estudiar minuciosamente cuál es el proceso de descomposición tras la muerte, atendiendo a diferentes ambientes y posiciones del propio cuerpo. Por este motivo, los cuerpos se presentan depositados al aire libre, semienterrados, totalmente enterrados, en el interior de coches, sumergidos en agua, ahorcados… Quienes logran visitar el centro no pueden sino sorprenderse y corroborar lo acertado del sobrenombre otorgado al lugar: La “Granja de Cadáveres” o “Granja de Cuerpos”, en la traducción de su acepción inglesa –Bodyfarm–. Quizá la primera sensación sea de repudia y de incomprensión, pero en cuanto su creador explique el motivo por el que tales cuerpos se presentan en estas circunstancias, no podrán más que alabar tal iniciativa e, incluso, sentir que, efectivamente, existen personas que luchan por la búsqueda de la verdad en el mundo del crimen.Doctor Bill Bass
Todo surgió de la mente del antropólogo forense Bill Bass. La antropología forense es la disciplina que se encarga de identificar a personas a partir de sus huesos. Por increíble que parezca, éstos aportan muchos más datos de lo que podría pensarse. Por ejemplo, la edad, la raza, el sexo, la estatura… son fácilmente reseñables para quien sepa leer determinados huesos como el cráneo, la pelvis o los dientes. “La carne se descompone; los huesos perduran”, es la frase que el doctor Bass inculca a sus alumnos el primer día de clase en la Universidad de Knoxville.
Pero un hueso no sólo aporta datos tan básicos, a través de las señales que puedan quedar en ellos es posible averiguar si el sujeto sufrió alguna caída en la infancia, si se fracturó uno en una pelea, si sufrió de alguna infección grave… La carne olvida y perdona las antiguas heridas; el hueso se suelda, pero siempre recuerda. Tal es la máxima con la que trabajan los antropólogos forenses. Por ello, esta disciplina es una de las más respetadas dentro del mundo de la investigación criminal.
A menudo los policías se encuentran con cadáveres cuyo avanzado estado de descomposición les impide extraer datos fiables sobre el momento y causa de la muerte. Es ahí donde entran los antropólogos forenses, limpiando el cuerpo de todo tejido blando para comenzar a indagar pacientemente sobre cualquier posible marca dejada en el hueso: un navajazo, un traumatismo, una perforación, etc. Es el instante en el que los muertos comienzan a hablar con una voz limpia y alta, y en el que los expertos deben escuchar, interpretando lo que sus ojos tienen ante sí.
El doctor Bass se formó en esta difícil tarea muchos años antes de crear el Centro de Investigación Antropológica. Sus inicios en la medicina forense datan de 1954, a raíz de un accidente de tráfico en el que una de las tres víctimas mortales sólo pudo ser identificada tras varios meses, debido al estado de carbonización en el que quedó. Este hecho le impactó tanto, que el doctor Bass decidió dedicar su vida a la investigación del esqueleto humano.
Tras excavar durante 14 años tumbas de los indios arikara en Dakota del Sur, la Universidad de Tenneesse le eligió en 1971 para dirigir un proyecto de investigación antropológica de carácter nacional. Aceptó, y fue allí donde, tras adecentar una de las alas subterráneas del campo de fútbol local, estableció un departamento que se haría famoso en el mundo entero, germen de la “Granja de Cadáveres”.
Nace la Granja
El jueves 29 de diciembre de 1977, Bass recibió una llamada telefónica. Se trataba de Jeff Long, capitán de la brigada de investigación de la localidad de Franklin, a 50 km de Nashville. Al parecer, detrás de una de las mansiones del pueblo sus propietarios habían encontrado una tumba profanada de los tiempos de la Guerra Civil, perteneciente a un tal coronel Shy. Sin embargo, cuando la Policía acudió al lugar se encontró con un cuerpo que parecía ser la víctima de un asesinato reciente. Aunque le faltaba la cabeza, la piel del torso se mostraba rosada y prácticamente intacta, por lo que todos dedujeron que la muerte se había producido pocos meses atrás. Pero, ¿por qué enterrar el cadáver en una antigua tumba?
El doctor Bass comenzó a desenterrar el cuerpo, observando que las extremidades sí estaban muy deterioradas. Le extrañó sobremanera el atuendo, “parecido al de un camarero de clase”, según sus palabras. También el ataúd de hierro forjado que parecía albergarlo hasta hacía pocos días, inusual en este tipo de crímenes. Una vez desenterrado y limpio de tejidos blandos, los huesos no aportaron pistas sobre la causa de la muerte. A los pocos días se encontró el cráneo, en la misma tumba, con un tremendo orificio de bala. Y junto a él, ropajes pertenecientes a otra época. Fue entonces cuando todos cayeron en la cuenta: ¡Aquel cadáver era el del propio coronel Shy! El doctor Bass había dictaminado que el cuerpo llevaba como mucho un año muerto, cuando la realidad es que llevaba ¡113!
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