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R E C U E R D A /// Q U E /// C O M E N T A R /// N O /// C U E S T A /// N A D A

martes, octubre 26, 2010

Canarias: Operacion 23


Parte del equipo de la «Operación 23», junto a los ordenadores utilizados en ella.


El principio

Yo diría que 1975 fue un año excepcional en lo que a «contactados» se refiere. Dos grandes casos saltaron a la luz: Meier, en Suiza, y el grupo de Santa Cruz de Tenerife, en las islas Canarias. Pocos meses antes, otro grupo -el IPRI peruano- causaba una conmoción en los círculos ufológicos, con sus «contactos» con seres del espacio. (Las experiencias completas de J.J. Benítez con los miembros del IPRI peruano son minuciosamente detalladas en su libro Ovnis: S.O.S. a la Humanidad (12 ediciones).
Desde el primer momento, y como infatigable perseguidor de la noticia «ovni», me trasladé a Tenerife y comencé una larga y laboriosa investigación. ¿Qué era lo que había ocurrido en las islas? ¿Se había registrado un verdadero contacto con los tripulantes de los ovnis?
La única posibilidad de separar el polvo de la paja era entrevistarme, uno por uno, con cuantos habían formado la famosa «Operación 23». Debo reconocer que, en un principio, y mientras volaba hacia Canarias, mi escepticismo fue total. Había conocido ya a demasiadas personas y grupos que aseguraban estar en comunicación con los ovnis. La mayoría eran víctimas de sus propios subconscientes o de fanáticos cargados de buena fe o de oscuros intereses, que de todo hay en la viña del Señor...
Cuando fui conociendo, uno por uno, a los distintos miembros de este grupo, mi sorpresa fue en aumento. Porque allí había médicos, fotógrafos profesionales, dos directores de importantes empresas, técnicos en ordenadores y en electrónica, el presidente de la Asociación Astronómica de Canarias e ingeniero topográfico, industriales, etc.

Todo comenzó cuando algunos de estos profesionales de Santa Cruz de Tenerife -interesados desde hacía años en los ovnis- quisieron profundizar y tratar de hallar un camino, un procedimiento que les permitiera conectar, sintonizar, con los seres que, lógicamente, viajaban en tan formidables máquinas.
Y sin que ellos terminaran jamás de explicárselo, con el paso del tiempo, coincidieron en sus estudios e investigaciones. Y hoy forman el equipo al que me refería anteriormente.
Mi sorpresa fue grande, una vez más, cuando estos hombres -con una edad media de 35 a 40 años- me explicaron algunos de los procedimientos con los que habían llegado a estas «comunicaciones».
Eran básicamente idénticos a los que yo había conocido en Perú. Una fuerza desconocida para nosotros parecía tender una especie de «puente» o «enlace» entre ambas partes. Una energía que, en definitiva, facilitaba la comunicación, los mensajes.
Como los lectores recordarán, el sistema más usual que empleaba el IPRI, en Perú, se fundamentaba en una transmisión o comunicación que podríamos asociar a la telepatía, aunque -insisto- el fenómeno no se encuentra todavía suficientemente investigado en este sentido. El caso es que los miembros de dicho Instituto recibían una serie de mensajes mediante la denominada «escritura psicográfica». Esas comunicaciones fueron refrendadas en numerosas ocasiones por la presencia de las naves. Yo mismo -como ya relaté en aquella oportunidad- fui testigo de uno de estos avistamientos o pruebas físicas, como el PRI las denomina.
El equipo de Tenerife, por su parte, inició las apasionantes experiencias con un método, como decía, similar en el fondo, aunque diferente en la forma.


Francisco Padrón realizó el presente dibujo. Representa a uno de los seres que pudo ver en el interior de la nave. En la parte izquierda del casco afirma haber visto una extraña línea negra.
 
La «ouija»
 
A través del viejo y casi ancestral sistema del vaso que se mueve sobre un abecedario, algunos de estos tinerfeños empezaron a observar un extraño y desconcertante fenómeno: cuando algunos de los miembros del equipo colocaban sus dedos sobre el vaso invertido y formulaban preguntas, aquel vaso comenzaba a moverse, tocando las letras del abecedario y formando palabras y frases...
Palabras y frases que respondía, precisamente, a esas preguntas. El desconcierto del grupo fue total. Era sabido de todos que aquel «sistema» había sido asociado durante mucho tiempo al espiritismo, ocultismo y Dios sabe cuántos poco claros o fraudulentos...
Así que, lógicamente, surgió muy pronto la incredulidad y desconfianza entre la mayoría del equipo. Ellos buscaban sinceramente un medio de comunicación con los extraterrestres. Y «aquello» -el vaso y el abecedario- no parecía un procedimiento demasiado serio y científico.
-Tuvimos muchos problemas -comenzaron a relatarme Francisco Padrón Hernández, locutor de radio y publicista, Emilio Bourgón Funes, industrial de Tenerife-. El equipo desconfiaba de aquel sistema. Se producían situaciones extrañas. Algo así como «interferencias» en las respuestas a nuestras preguntas. Hubo momentos en los que estuvimos a punto de abandonar... Pero algo que no sabríamos explicar nos mantuvo vinculados a aquellas incipientes experiencias. Prácticamente, desde febrero a marzo de 1975, en que iniciamos los contactos, hasta mayo, no obtuvimos «resultados positivos»...

 

Francisco Padrón.

-¿Y a qué llamáis «resultados positivos»?
-Deseábamos constatar, ratificar, que aquellas supuestas «comunicaciones» con seres o entidades del espacio no eran fruto del subconsciente o de una alucinación colectiva o de cualquier fuerza extraña y desconocida para nosotros pero que emanase de nosotros mismos. Así que comenzamos a pedir pruebas.
Por aquel entonces -mayo de 1975-, el equipo era ya bastante consistente. Lo formábamos César Rodríguez Mafiotte, médico especialista en rehabilitación y traumatología; José Manuel Santos Brito, técnico en turismo; Sergio Gutiérrez Morales, astrónomo e ingeniero; José Manuel Sabina Castellano, director de empresas turísticas; Jesús Artal, directo de una de las más importantes agencias de viajes del mundo; José Luis González Pérez y Michael Horst Ostrowoski, ambos fotógrafos profesionales; Jaime Caballero, jefe de reservas de Iberia; José Julio Rodríguez García, ingeniero en electrónica y presidente de la unión de radioaficionados del Puerto de la Cruz; Lorenzo Rodríguez, especialista en computadoras, y otros profesionales que harían interminable esta lista...
Efectivamente, estos informes eran correctos. Pude comprobarlo personalmente. Y la verdad es que quedé nuevamente desconcertado. Porque todos estos destacados profesionales no tenían inconveniente alguno en que citáramos sus nombres.
-¿Por qué íbamos a tenerlo -me contestaron- si se trata de unas experiencias que consideramos trascendentales para el ser humano? Las estamos realizando con el máximo de objetividad y sentido científico...
Y al igual que sucediera en Perú, este equipo de Santa Cruz de Tenerife, conforme avanzaba en sus estudios e investigaciones, fue presionando para llegar a esa ratificación física que despejara las muchas incógnitas que llenaban sus mentes.
Y llegó el 15 de mayo de 1975. Un día inolvidable para este grupo.

Emilio Bourgón.


Primer avistamiento

-Al principio, aquellos seres comenzaron a comunicarse con nosotros en un «lenguaje» que no terminábamos de entender... Nuestras preguntas eran contestadas a base de letras y números. Y nosotros no comprendíamos. Hasta que un día, uno de los miembros del grupo, técnico en computadores, nos explicó que aquel «lenguaje» era precisamente el utilizado por los ordenadores. Nosotros sospechamos que aquellas «entidades» habían creído que nuestros cerebros estaban mucho más evolucionados. Porque aquellas combinaciones de letras y números, según supimos después, no eran otra cosa que el sistema «alfanumérico».
Así comenzaron su relato los miembros del equipo de Santa Cruz de Tenerife, que llevan a cabo en la actualidad estas experiencias de contactos con seres del espacio. El grupo estaba ansioso por comprobar si todo aquello tenía alguna base real o si, por el contrario, sólo obedecía a una fenomenología terrestre y derivada de sus propias mentes. Y, repito, pidieron pruebas. Garantías de que, realmente, estaban conectando con los pilotos de los llamados ovnis.
Y esa ratificación llegó.
-Pero, ¿de dónde eran esos seres? ¿Procedían también de los satélites de Júpiter, tal y como me relataron los miembros del IPRI?
-No. Después de muchos intentos, después de muchas «interferencias», un día nos sorprendimos ante la presencia, ante las respuestas de una entidad o seres que aseguraban proceder de Saturno...
De no ser porque me encontraba ante una serie de personas que consideraba absolutamente serias y equilibradas, hubiera suspendido la investigación en aquel mismo instante.

César Rodríguez Mafiotte.

Respuestas correctas

-Pero, ¿cómo es posible? -pregunté con incredulidad.
-Nosotros también desconfiamos. Y comenzamos a hacer preguntas. Todas las que quisimos, esa es la verdad, en relación con aquel planeta.
-¿Se encontraba presente en ese momento el astrónomo?
-No, por fortuna. Y decimos esto porque, de lo contrario, las respuestas hubieran podido estar mediatizadas por el subconsciente de Sergio. Pero ninguno de los presentes en aquel instante tenía nociones notables de astronomía. Y menos de Saturno. Les interrogamos sobre distancias, satélites, dimensiones, etcétera. Y las respuestas, que eran anotadas religiosamente, fueron consultadas después. Y, asómbrate, ¡eran correctas! «Entonces -insistimos- ¿vosotros tripuláis los ovnis que se ven sobre la Tierra...?» «Sí -nos respondieron-, pero también hay otros habitantes de Urano y Marte y de Plutón y de Venus y de otros astros ajenos al sistema solar.» «Pero, ¿podríamos comprobarlo? -añadimos-. ¿Podríamos veros?» «Sí -contestaron- esta noche a las doce y media...» En aquel momento -prosiguieron los miembros del equipo- eran las nueve de la noche del 15 de mayo de 1975. Preguntamos el lugar donde debíamos dirigirnos y los nombres de los que podíamos acudir a dicha ratificación. Y se nos señaló una zona llamada «Los Campitos», muy próxima a Santa Cruz. Allí marchamos Emilio Bourgón, Francisco Padrón, José Manuel Santos Brito, José Manuel Sabina Castellano, Fina Santos Carrillo -su mujer-, Jesús Artal y su mujer y su hijo, y María Teresa y Emilio Bourgón, hijos del mencionado industrial. En total, diez personas. Y todos tan recelosos como nerviosos... Llevamos un tablero con el ya citado abecedario y el vaso, y lo instalamos en el maletero de uno de los coches. Y esperamos... Pero se aproximaba la hora anunciada y allí no aparecía nada ni nadie. Así que volvimos a «conectar» con ellos y les preguntamos dónde se encontraban. «No os preocupéis -nos respondieron-, estamos sobre Perú.» «Pero, ¿a qué hora estaréis aquí?», insistimos. «A las doce y media en punto.» Consultamos los relojes y vimos que faltaban algo más de tres minutos.

Cinco naves
-«¿Cuántas naves llegan y por dónde entraréis?», seguimos preguntando con una curiosidad creciente. «Cinco naves», nos respondieron. Y señalaron también la dirección y el diámetro de los ovnis. Eran, por lo visto, naves de 30 metros. Y en cada una de ellas viajaban seis tripulantes. En cuanto a la dirección, nos indicaron tres punto. Uno por detrás nuestro, otro por Las Palmas, y el tercero por la zona sur de esta última ciudad.
-Llegaban tres naves -intervino otro de los miembros del equipo- por el sur de Las Palmas. Una cuarta por encima nuestro y la quinta por la emisora de Radio Nacional. Y a las 12.30 en punto, ante nuestro asombro y alegría, aparecieron tres ovnis por la dirección previamente señalada... No podíamos creerlo. Las naves surgieron a bastante altura y por encima de los rascacielos. Y una cuarta apareció también en la dirección de Las Palmas. Pero la quinta no la vimos. Sin embargo, al regresar a nuestras casas supimos que la mujer de Francisco Padrón había estado viendo desde su domicilio una que se encontraba precisamente inmóvil sobre «Los Campitos». Nosotros, en cambio, no la habíamos observado.
-¿Y cómo es posible que vosotros no la vierais?
-Porque las nubes la ocultaban. la esposa de Paco Padrón, sin embargo, sí pudo verla desde su casa.
-¿Recordáis cómo eran los ovnis?
-Sólo veíamos puntos de luz. Y muy brillantes. Con los prismáticos los observamos bien.
Dos horas
-Pero de pronto, y a través de la comunicación, nos dijeron que «mirásemos hacia la bahía». Aquí, en Santa Cruz, jamás decimos «la bahía». Siempre hablamos del puerto o de los muelles... Pues bien, dirigimos hacia allí nuestra vista y observamos que las cinco se habían colocado en línea. Y al cabo de unos minutos comenzaron a moverse en todas direcciones. Subían, bajaban, se entrecruzaban, etcétera. Aquello fue un «espectáculo»...
-¿Cuánto tiempo?
-Dos horas.
Mi capacidad de asombro había llegado al límite.
-Hacia las dos y media de la madrugada abandonamos el lugar y allí quedaron todavía tres de las naves.
-¿Llevasteis cámara fotográficas?
-Sí, pero no llegamos a hacer ninguna fotografía porque consideramos que aquellos puntos luminosos no habrían impresionado la película. Fue un error. Más adelante supimos que podíamos haber ampliado al máximo dichos puntos. Y, desde entonces, acudimos siempre a los avistamientos provistos de cámaras y un sinfín de instrumentos científicos y de medición.
-¿De qué color eran aquellos puntos luminosos?
-Anaranjados. Sólo el que vio la esposa de Paco Padrón sobre nuestras cabezas era blanca. Algunas de ellas brillaban más que las restantes.
Cuando interrogué al grupo sobre sus reacciones en el instante de ver aparecer las cuatro naves, me respondieron como una sola voz:
-Sentimos emoción. Alegría. Todos gritábamos. Y en especial los muchachos... aquello fue una confirmación en toda regla.
Desde ese momento, el incipiente grupo intensificó sus «contactos». En realidad, las experiencias no habían hecho más que empezar...

Sergio Gutiérrez Morales, presidente de la Asociación Astronómica de Canarias e ingeniero topográfico.

«Opat-35», la computadora

Después de aquel avistamiento del 15 de mayo de 1975, el grupo de Santa Cruz de Tenerife intensificó lógicamente sus «contactos» con aquellos seres desconocidos.
Dos horas contemplando ovnis, después de una cita previa, era una prueba muy consistente. Allí había algo...
-... Y seguimos con renovados bríos -prosiguieron sus explicaciones los miembros del equipo, con quienes pude conversar largas horas durante los días que permanecí en Santa Cruz-. Hacíamos contactos cada vez que podíamos. Y en uno de esos momentos apareció un «personaje» que nos extrañó desde el principio por su... frialdad, por su casi absoluta carencia de sentimientos. Le preguntamos si se podía tratar de una máquina y a respuesta fue afirmativa. ¡Era una computadora! Sus respuestas, en efecto, eran rápidas, escuetas, frías. Se llamaba, por lo visto, algo así como «Opat-35». Con el paso del tiempo, y después de muchos contactos con aquella computadora, intuimos que podía tratarse de una especie de cyborg. Por lo visto estaba programada para responder a determinadas preguntas. Y la verdad es que hubo cuestiones que no supo o no pudo responder, quizá porque no estaba programada para ello.
-Además -intervino otro de los miembros del equipo-, nos llamó la atención que se detuviera cada cinco minutos. Era como un reloj. Exacto. Y al cabo de cinco minutos de silencio volvía a responder. Y, por ejemplo, decía: «Contacto tres minutos.» Empezaba a responder a nuestras preguntas y a los tres minutos justos se cortaba. Y «regresaba» nuevamente a los cinco minutos. Pasó el tiempo y aquellos seres siguieron sometiéndonos a los más extraños y diversos «tests». Nosotros comprendimos que querían pulsar nuestros sentimientos, nuestras reacciones, nuestra forma de pensar...
«La Tejita»
-Hasta que un día, hacia finales de aquel mes de mayo, las entidades de Saturno nos prometieron otra cita, otro avistamiento en un lugar llamado «La Tejita», en el sur de la isla. La presencia de las naves fue prevista para las nueve de la noche. Incluso, ante nuestro asombro, nos comunicaron que llevarían a cabo un aterrizaje y que entraríamos en las naves...
-Como comprenderás, después de tanto «test» y tanta prueba, nosotros desconfiábamos. Pero, por otra parte, pensamos, la primera cita había sido totalmente positiva. ¿Por qué no íbamos a acudir a la playa de «La Tejita»? así que decidimos ir. Sin embargo, la noche antes del avistamiento ocurrió algo sorprendente. En uno de los contactos que realizamos apareció una energía fortísima y desconocida. Y se nos dijo que no fuéramos a dicha playa. Que de ninguna manera se nos ocurriera acudir a la cita...
Urano
-Por lo visto, aquellos seres de Saturno eran científicos que sólo trataban de experimentar con nuestros cerebros. «No pertenecen a la Confederación de Mundos de la Galaxia -insistió aquella nueva energía-. En Saturno padecen una enfermedad que está afectando a las células cerebrales de sus habitantes y tratan de ensayar con los terrestres para encontrar un remedio.»
-¿Quién era ese nuevo ser o energía?
-Se identificó como de Urano. Era la primera vez que conectábamos con estos seres. Pues bien, este ser era, precisamente, «Opat-35», la computadora a que antes nos referíamos. Sus respuestas fueron fulminantes.
-Por cierto, durante vuestras comunicaciones con los seres de Saturno, ¿os describieron su aspecto físico?
-Sí. Eran muy altos. De más de 2,30 metros. Con uniformes oscuros, cabello rubio, casi blanco, y pupilas en forma triangular. Y sin lengua. Por lo visto, el sonido lo emiten lanzando chorros de aire sobre las cuerdas vocales.
-Bien, ¿y en qué quedó la cita del día siguiente?
-Los contactos con la computadora seguían manifestando que fuéramos. Pero nosotros estábamos muy intrigados y decidimos ir. Cuando así se lo hicimos saber a «Opat-35», la respuesta fue escueta y firme: «No verán nada. Se formará un cinturón de protección para impedir la entrada de las naves de Saturno. Una de nuestras misiones es proteger a la Tierra de cualquier agresión. Tanto de la "Gran Bestia" -refiriéndose a la gente de Marte- como de estos grupos de Saturno.» Pero nosotros acudimos a la playa...
-¿Quiénes fueron en esta ocasión?
-Emilio Bourgón Funes, Francisco Padrón y José Manuel Santos Brito. Y la verdad es que llegamos con mucho miedo... Hicimos allí un nuevo contacto y se nos explicó que habían logrado neutralizar a los de Saturno y que no romperían aquel «cinturón» de protección. Pero nosotros seguimos insistiendo. Queríamos verlos. Los de Urano, sin embargo, con una paciencia infinita, continuaron afirmando que no, que nos alejásemos, que nos marchásemos a nuestras casas.
-¿En qué consistía esa «protección»?
-Al parecer se trataba de un cinturón energético. El caso es que logramos conectar con los de Saturno y nos confirmaron que no podían llegar porque una especie de «campana» de energía cubría toda el área. «Esa protección -nos ratificaron- procede de los habitantes de Urano.» Nosotros nos indignamos y preguntamos por qué aquella «maniobra» para experimentar sobre nuestros cerebros. Y la contestación fue de lo más fría y sorprendente: «Vosotros habíais aceptado. Y la prueba es que acudisteis a la playa...» Desde ese momento dejamos de tener contactos con estas gentes.
Por supuesto, aquella noche no vimos absolutamente nada. Allí no pasó nada. Al menos, que nosotros hubiéramos podido constatar de forma clara. Y en días sucesivos proseguimos nuestras experiencias. Pero ya con estos seres que decían proceder de Urano. Con éstos, los contactos eran muy distintos. Respondían a casi todas nuestras preguntas, sí, pero lo hacían en un tono cálido, de gran amistad y cordialidad. Con gran amor.
-¿Respondían a preguntas técnicas?
-También. Nos hablaron de sus aparatos, de sus sistemas de propulsión, de su mundo, de su civilización.


Otras dimensiones

En aquella nueva charla, el equipo de Tenerife me iba a exponer algunas de las comunicaciones en las que, precisamente, se relataban muchas de estas características físicas. ¿Cómo eran estos seres? ¿Qué grado de evolución habían alcanzado?
Al parecer, las visitas de estos seres a la Tierra se vienen produciendo desde hace miles de años.
Los habitantes de Saturno, por lo visto, nos llevan un adelanto tecnológico de unos trescientos años. Y los de Urano, a su vez, van por delante nuestro en unos mil años. Esto en lo que concierne al desarrollo tecnológico. Porque, según parece, su evolución mental y espiritual es mucho más avanzada.
Pero estos seres -al igual que otros muchos del Universo- disponen de unas «características» que para nosotros resultan muy difíciles de comprender. Ellos, que disponen lógicamente de cuerpos y formas físicas, pueden «trabajar» o desenvolverse también en otros planos o dimensiones que son casi connaturales a su existencia. Eso les permite, por ejemplo, materializarse y desmaterializarse, dominar el tiempo y el espacio...
Es, en suma, un mundo al que nosotros ni siquiera nos hemos asomado. Nuestras limitaciones, en relación con esas civilizaciones extraterrestres, son tremendas. Tendríamos que variar profundamente nuestros esquemas para tratar de entenderlas.
No quise, de momento, profundizar en estos aspectos psíquicos. Me interesaban mucho más las pruebas físicas, esos avistamientos previos de que me habían hablando. Y el equipo se dispuso a narrarme el segundo y quizá más intrigante caso: el ocurrido el 9 de junio de 1975.


Una nave sobre el mar

El 9 de junio de 1975 quedará siempre en la memoria de los tres miembros del equipo de Tenerife que acudieron a la ya tradicional playa de «La Tejita».
He aquí el relato de lo sucedido, que -por supuesto- se encuentra todavía en proceso de investigación y análisis.
Aquel 9 de junio, Francisco Padrón Hernández, Emilio Bourgón Funes y José Manuel Santos Brito llevaron a cabo un nuevo «contacto». Eran las nueve de la noche. Ellos mismos me lo detallaron así:
-De pronto, «Opat-35», la computadora, comenzó a transmitir de forma vertiginosa y reiterativa. Como si se tratase de una grabación: «Aviso urgente. Acudid inmediatamente a "La Tejita". Hora: 11.30 de a noche. Tendrán contacto personal con una nave aterrizada... Aviso urgente...» Nosotros nos lo tomamos un poco a broma. Pero «aquello» no hacía más que repetir una y otra vez: «Aviso urgente. Por favor, acudan a "La Tejita"...» Era como un disco rayado...
-Y fuisteis, claro.
-Sí, fuimos precipitadamente...
Un supuesto barco
-¿Cuántos kilómetros hay desde Santa Cruz a esa playa?
-Algo más de sesenta. Marchamos por la autopista. Y los tres en el mismo coche, en el de Paco. En fin, llegamos a la playa. Y cuando nos estábamos aproximando observamos desde la carretera, y en la ensanada que hay junto a la llamada montaña «Roja», unas luces. Pero no le dimos importancia. Pensamos que se trataba de un barco.
-El lugar era conocido ya por vosotros...
-Sí, la verdad es que habíamos ido ya en otras ocasiones. Y siguiendo contactos similares. Pero, honradamente, en ese lugar, las citas siempre habían resultado fallidas.
-Sigamos con el día 9 de junio. ¿Cómo eran aquellas luces que empezasteis a ver desde la carretera de acceso a la playa?
-Al principio vimos dos, de una tonalidad blanco-amarillenta. Y también una luz roja y otra verde. Repetimos que nos parecieron las luces de un barco. Y de hecho daba la sensación de que se encontraban como flotando sobre el mar. Al fin llegamos a la playa y realizamos un nuevo «contacto»-
-«¿Qué ocurre?», preguntamos.
-«Sí, ya estamos -respondieron-, estamos aquí.»
-«Pero. ¿cómo que estáis?... ¿Queréis decir que llegáis en vuelo?»
-«No -insistieron- Estamos aquí...» Y nosotros, desde el interior del coche, comenzamos a mirar en todas direcciones. Pero no veíamos nada... Y volvimos a contactar: «Señaladnos a dirección», solicitamos. Y nos comunicaron justamente la misma en la que se encontraba aquella masa oscura con las luces...


Un gran foco

-«Bueno -insistimos-, ya que no os vemos, hacednos alguna señal luminosa.» Y en el momento de terminar de pronunciar las palabras «señal luminosa» se enciende un foco gigantesco en aquel «barco» iluminando el mar y la playa como si fuera de día. ¡Quedamos sobrecogidos!
-¿A qué distancia podía estar aquel supuesto barco?
-Nosotros estimamos que a unos seiscientos metros. Y justo enfrente.
-¿Qué tipo de foco era?
-No sabemos. Era como un gran faro. Y se mantuvo fijo. Entonces volvimos a preguntar: «Pero... ese foco, ¿es que sois vosotros?»... «Sí», respondieron. Pero, en un nuevo intento de racionalizar el asunto, pensamos que no, que aquello había sido una casualidad. Que alguno de los tripulantes del barco había encendido algún foco en ese mismo instante.
-¿De qué color era la luz?
-Blanca brillantísima. Tipo «luz de arco voltaico». «Bien -dijimos-, si realmente sois vosotros, apagad la luz...» E, instantáneamente, se apagó. Quedamos más asombrados todavía. Y con unas sospechas tremendas. Tomamos unos prismáticos y observamos aquellas luces. Aquel «barco», indudablemente, era muy raro. Con los prismáticos pudimos comprobar unas luces rectangulares de color ultravioleta. Era un violeta refulgente, singular, que, hasta cierto punto, nos recordó las luces de rodadura de los aeropuertos. Eran ocho. Y tenían una «cadencia». Parecía como si se apagasen, pero no llegaban a desaparecer del todo. Y lo hacían siguiendo ese ritmo, esa cadencia, ese orden... ¡Era un espectáculo soberbio!
-¿Cuál era la forma del supuesto barco?
-Nosotros sólo veíamos una masa oscura. Con los prismáticos se veían perfectamente otras dos luces de color blanco-amarillento que parecían colocadas sobre algún tipo de soporte o algo parecido. Pero, de repente, vimos cómo se encendían otras luces. Nosotros, que creíamos todavía que aquello era un barco, pensamos que podía sel el castillo. Eran dos hileras de ventanas...
-¿Qué dimensiones podían tener esas ventanas?
-Con los prismáticos calculamos unos dos metros de altura. Y de ventana a ventana, otros dos metros, más o menos. Es decir, en total, aquel supuesto castillo tenía unos diez metros de altura. Y la longitud total del objeto o «barco» era unas cincos veces dicha altura. Yo estoy acostumbrado a dibujar -comentó Emilio Bourgón-, y creo que puedo aproximarme a las medidas reales...


Una nueva luz

-¿Observasteis tripulantes?
-No.
-Bien. Y ¿qué ocurrió?
-Bueno, volvimos a «conectar» y les pedimos que, si realmente se trataba de ellos, encendieran de nuevo otra luz y que la dirigieran hacia el coche. Y así sucedió una vez más. Terminar de conectar y encenderse otro foco fue todo uno. Una luz potentísima, giró hacia nosotros y enfocó la playa, concretamente la zona donde nos encontrábamos. Y desde ese instante empezaron a pasar cosas extrañas... Se produjo una nueva comunicación con ellos y nos especificaron que «bajáramos del coche y que nos dirigiéramos hacia el mar». Desde ese momento, repetimos, nuestros recuerdos son confusos.
El grupo me explicó entonces que José Manuel Santos y Emilio Bourgón se dispusieron a descender del automóvil pero, sin saber cómo, se encontraron ya casi en el borde del agua.
-Recordamos -me comentaron estos últimos- que escuchábamos a Paco, que se lamentaba de un golpe que se había dado en la cabeza al bajar del coche. Se le habían caído las llaves de casa y la cámara fotográfica y bramaba por el dolor y el contratiempo.
Según pude comprobar, Francisco Padrón llevaba una Canon con película infrarroja en color: Emilio Bourgón, una Miranda con un teleobjetivo de 135 milímetros, provista de diapositivas normales, y José Manuel Santos, un tomavistas Sankio 666 macro, con película en color.
-¿Habías hecho ya alguna fotografía de aquel supuesto «barco»?
-No, ninguna. Cuando los tres llegamos al borde del agua, en un extraño estado de medio atontamiento, José Manuel se quedó con el tomavistas entre las manos, absorto con aquel «espectáculo» de luces. Y podía haber utilizado el magnífico zoom que llevaba. Yo -comentó Emilio- centré mi atención en los prismáticos y sólo Paco, según supimos más tarde, llegó a hacer dos fotografías.


Desaparecieron

-Permanecimos así unos minutos, y allí no pasaba nada. Nosotros esperábamos algo. Quizá que bajar una «lancha», no sé...Y pensamos de nuevo que nos había vuelto a tomar el pelo. Así que decidimos regresar al coche y establecer un nuevo «contacto», a fin de aclarar aquella situación. Empleamos algo así como tres minutos para llegar al vehículo y poco más de uno para iniciar el contacto. Pues bien, en eso, José Manuel levanta la vista y comenta asombrado: «Pero, ¿dónde están? ¡Han desaparecido!» Efectivamente. Lo que habíamos visto hasta entonces acababa de esfumarse. Y un tanto contrariados decidimos regresar a Santa Cruz. Y así lo hicimos inmediatamente. Por cierto, siempre nos llamó la atención el hecho de que en el camino de vuelta no comentáramos prácticamente nada de lo que habíamos presenciado. Lo lógico hubiera sido todo lo contrario. Pero sólo hablamos de cosas intrascendentes. Al llegar a Santa Cruz, miramos la hora. Cosa rara, también, porque, generalmente, no solemos hacerlo. Eran las tres y cuarto de la madrugada.
-¿Cuánto se tarda desde la playa de «La Tejita» a la ciudad?
-Por la autopista, y a velocidad que regresamos, 90 o 100 kilómetros por hora, un máximo de tres cuartos de hora. Bien, cada uno se marchó a su casa y allí no se habló más del asunto. Pero, a la mañana siguiente, cada uno de nosotros se levantó con la misma idea: «¿qué había pasado realmente la noche anterior?» Porque estaba claro que habíamos llegado a la playa hacia las once y media o doce menos veinticinco de la noche. Si el tiempo transcurrido hasta que se encendió la primera luz fue de un máximo de 10 o 15 minutos y el que ésta permaneció encendida sumó otros dos o tres minutos con un intervalo respecto a la segunda luz de otros dos o tres minutos y, por último, un período máximo de otros 10 o 15 minutos al borde del agua, todo aquello sumaba, alargando generosamente el tiempo, entre 40 y 45 minutos. Pero, entonces, ¿qué había ocurrido? ¿Dónde estaba esa hora y media larga que nos faltaba?
El grupo meditó, por supuesto, y analizó aquella «falta» de tiempo durante toda una tarde. Pero, incluso concediendo unos márgenes exagerados de tiempo en la permanencia en la playa y en el propio viaje de retorno, seguía faltando más de una hora.
-Pero, ¿qué nos sucedió en aquella hora y media larga que «perdimos» en la noche del 9 de junio de 1975?
La incógnita estuvo a punto de convertirse en una obsesión para los tres testigos de aquel ovni que amerizó casi sobre la ensenada próxima a la playa de «La Tejita» en el sur de Tenerife.
Y digo que estuvo a punto de transformarse en una obsesión porque, según me relataron, a la mañana siguiente, y cuando los tres comprendieron que algo anormal les había sucedido, acudieron de nuevo al «contacto» con los seres del espacio, a fin de aclarar los hechos.
-Fue «Opat-35», la computadora, quien nos contestó. «¿Qué ocurrió anoche?», le interrogamos. «Que estuvisteis con nosotros...» «¿Con vosotros?» Como comprenderás, nuestra confusión iba en aumento. «Si, en nuestra nave», respondió la computadora.
-No lo creímos. Y «Opat-35» prosiguió: «¿Es que no habéis comprobado que os falta tiempo?»
-Seguíamos desconfiando. Por eso tratamos de tenderle algunas «trampas». Y le interrogamos sobre lo que habíamos visto aquella noche. Pero la computadora fue respondiendo con exactitud demoledora: «... La nave -comentó- se encontraba a 480 metros de la playa. Tenía 50 metros de longitud y experimentaba un ligero balanceo porque se encontraba inmóvil a cinco metros sobre el agua.»
-En efecto -prosiguieron nuestros protagonistas-, los tres habíamos observado ese lento y suave movimiento de las luces y de aquella masa negra. Pero «Opat-35», siguió proporcionándonos nuevos y desconcertantes detalles de aquella inolvidable noche. Según la computadora, se habían lanzado dos haces de luz hacia la playa. El segundo, efectivamente, sobre nuestro coche. Y a partir de ese instante habíamos quedado adormecidos durante ocho minutos.


35 minutos en una nave

-Y aquí llegó lo más impresionante: porque los tres permanecimos 35 minutos en el interior de la nave.
Los miembros del equipo de Tenerife observaron mi silencio. Aquello, indudablemente, resultaba difícil de creer...
-«Pero, ¿físicamente?», preguntamos a la computadora. «En efecto», nos respondió. «¿Y cuál ha sido la finalidad?» «La realización de ciertas pruebas, asi como la estimulación de determinados puntos cerebrales», añadió «Opat-35». El contacto continuó. Y allí supimos también que habíamos recibido una sugestión posthipnótica, a fin de que no recordáramos nada.
-«¿Por qué teníamos que olvidarlo?» «Porque de haber estado plenamente conscientes, hubierais quedado traumatizados. Vuesta experiencia habría quedado absorbida por lo sucedido. Así, sin embargo, descubriéndolo gradualmente, los efectos son distintos.» «¿Cómo podemos recordarlo totalmente?» «Opat-35» contestó con rapidez: «Por hipnosis.»
Desde ese momento, los tres testigos iniciaron un largo, concienzudo y voluntario proceso de sofronización, sometíendose a numerosas sesiones de hipnosis. Su curiosidad, lógicamente, crecía a cada segundo.


La gran aventura

Francisco Padrón Hernández, de 43 años, llegó a realizar hasta un total de seis experiencias. Por supuesto, cada una de las sofronizaciones se practicó de forma individualizada, comparando después los resultados de los tres miembros del equipo. Éstos fueron sencillamente abrumadores.
-El primero que se sometió a la hipnosis -prosiguió el grupo- fue José Manuel Santos. Tenía que regresar a Francia y por ello nos decidimos a que fuera él el que iniciara la serie de experiencias. Cayó muy pronto bajo los efectos de la hipnosis. Y esto fue lo que empezó a relatar:
-Al encenderse el segundo foco y proyectarse hacia nuestro coche, José Manuel Santos observó como si el techo del vehículo se disolviera. Y una gran masa de energía con forma de rombo y de color azul nos inundó completamente. Él se vio entonces salir disparado hacia la nave. Y vio también cómo se acercaba.
Pero no pudo seguir, porque el terror comenzó a agitarlo y fue necesario sacarlo de aquel estado de hipnosis.
Pero aquella «aventura» iba a quedar perfectamente despejada a través de las revelaciones de los dos testigos restantes.
Francisco Padrón Hernández fue igualmente sometido a hipnosis en seis oportunidades, y por los más variados especialistas. Y he aquí el sorprendente resultado:
-En una de estas sofronizaciones -me explicaron- cronometramos, incluso, el tiempo. Nos había dicho que habíamos permanecido 35 minutos en el interior de la nave y queríamos comprobarlo igualmente. Esta hipnosis la realizó el médico Conrado Rodríguez Mafiotte, hermano de uno de los miembros del equipo, también médico. Pues bien, desde que Francisco Padrón afirmó que entraba en el ovni, hasta que comunicó su salida, había pasado exactamente los 35 minutos anunciados.

Francisco Padrón realizó el presente dibujo. Representa a uno de los seres que pudo ver en el interior de la nave. En la parte izquierda del casco afirma haber visto una extraña línea negra.


La entrada en la nave

Pero vayamos con el relato de Padrón Hernández, efectuado en pleno proceso de hipnosis:
-... Al encenderse el foco por segunda vez -explicó- yo me vi proyectado ya hacia una especie de «pasillo» de luz.
-¿Un «pasillo»?
-Sí, y parecía formado con cuadritos luminosos de una suave tonalidad anaranjada y azulada. De pronto, aquel «túnel» se desvió formando una especie de codo. Pero era una curva sin estridencias, muy suave. Yo parecía volar a toda velocidad dentro de aquella «ascua de luz»... Y, de pronto, en mitad de aquel «codo» vi a un ser. Iba vestido como los astronautas. De blanco. Y tenía un casco. Pero no pude ver su rostro. El cristal era opaco. Algo así como las viseras de los motoristas. En uno de los laterales del casco tenía dibujada una raya larga...
Cuando le pedí a Francisco Padrón que me dibujara aquel ser, me trazó, en efecto, la clásica silueta de uno cualquiera de nuestros cosmonautas. Había un curioso detalle: las manos estaban enfundadas en una especie de manoplas.
-Ignoro cuál podía ser la misión de aquel ser -prosiguió Paco Padrón-, pero, después de descubrirlo, me vi ya en un lugar circular y de color azulado. No había luces directas... Recuerdo que me sentí impulsado hacia una puerta y que el suelo era muy blando, como una moqueta. En una de las pareces de aquella especie de sala circular había tres ojos de buey. Y ya, sin saber cómo, me vi tumbado sobre una superficie, que yo identifiqué como una especie de camilla o algo parecido a una mesa de quirófano... Me encontraba boca arriba, y en esta posición pude ver a otros dos seres, detrás de mí, y con un uniforme o atuendo de color oscuro. Pero el casco seguía siendo de color blanco, y con aquella misma raya negra en el lado izquierdo, junto al cristal opaco que les cubría el rostro. Los dos estaban como inclinados sobre mi cabeza. Me habían puesto un casco con 23 cables...
-¿Y cómo sabes que eran 23?
-No los conté. Y no me preguntes cómo lo supe, pero allí había 23 cables. Yo traté de observar lo qe hacían... De pronto, ambos se dirigieron hacia un archivador o algo similar. Y al verlos de espalda observé dos tubos, también de color negro, que salían del casco y que se introducían en algún lugar de las espaldas. Pero no sabría decir en qué sitio, porque el color oscuro de dichos tubos se confundía con el uniforme, también negro.
-¿Podía tratarse de trajes especiales de presión?
-Nosotros creemos que no. la impresión que recibimos fue de trajes para evitar cualquier tipo de contaminación.


«Me colocaron la cámara»

-¿Estabas atado?
-No, creo que no -continuó Paco Padrón-. De repente me ayudaron a incorporarme y me dieron la camisa. Recuerdo perfectamente hasta el escudito... Bueno, perdón, antes de eso sentí un fuerte tirón en el pecho. Y recuerdo que me enfadé mucho por aquel súbito tirón del vello...
-¿Escuchabas palabras o algún tipo de lenguaje?
-No. Nadie hablaba. El silencio era total. Una vez que me dieron la camisa me colocaron también la cámara. Cerrada. Vi perfectamente el nombre de Canon... Y ya, de una forma confusa, me vi de nuevo en un pasillo luminoso. Y otra ve en la playa sacando fotos.
Tanto Francisco Padrón Hernández como Emilio Bourgón -según me relataron a lo largo de aquella noche- se sometieron también a hipnosis profunda y a través de las técnicas del doctor finlandés Pentty Raaste. En ambos casos, los resultados fueron prácticamente idénticos. Sometidos de forma individualizada a dicho proceso hipnótico, ambos testigos describieron situaciones y seres simiares.
-Pero, entonces, ¿cuándo se hicieron las fotografías?
-Estamos convencidos de que después de salir de la nave. Nuestro regreso desde el borde del mar hasta el coche fue en plena situación de consciencia.
Al día siguiente -y cuando los miembros del grupo reaccionaron- volvieron a la misma playa e interrogaron a los escasos pobladores de la zona. «Allí -les dijeron- sí entran pesqueros de vez en vez. Pero son siempre pequeños; de unos 18 metros. Nunca tan grandes. Además, ¿para qué iba a entrar allí un barco grande si no hay muelles ni puerto?»
Pero las sorpresas no habían terminado. Porque al revelar aquel rollo de diapositivas en infrarrojo, el equipo se encontró con algo inexplicable. Sin embargo, no vamos a revelar ahora el contenido de dichas fotografías. Porque algo todavía más destacado estaba a punto de comenzar: la llamada «Operación 23».


«Operación 23»

Quizá la llamada «Operación 23» sea una de las partes culminantes de esta experiencia.
A mí, al menos, me resulta la más objetiva y tangible. En la que, a fin de cuentas, se obtuvieron unos resultados físicos al alcance de todos...
Pero dejemos que sean los miembros del equipo los que nos relaten este nuevo y sorprendente capítulo, lógicamente sintetizado por razones de espacio.
-A partir del 9 de junio de 1975 empezamos ya a recibir los primeros avisos para este nuevo contacto. Acudimos en varias ocasiones a la misma playa de «La Tejita», pero aquello fue un completo fracaso. Allí no se vio nada... Primero nos señalaron el 31 de octubre de ese mismo año de 1975. Pero a finales de agosto aquella fecha se adelantó al 23. El citado 23 de octubre había sido captado igualmente por el grupo de la ciudad del Puerto de la Cruz y por otro equipo de Las Palmas.
-Entonces, y puesto que llevábamos tiempo deseando realizar una serie de experiencias científicas, así como fotografías y películas, preguntamos si podíamos utilizar determinados aparatos y equipos de precisión. Consultamos también el número de naves que aparecerían y el tipo de contacto que se iba a producir. Por su parte, el grupo del Puerto de la Cruz, más centrado en los equipos técnicos, se interesó por los fenómenos que podían registrarse, a fin de optar por unos u otros aparatos.
Desde el principio, los contactos insistieron en el hecho de que en la playa sólo debían estar Emilio Bourgón y Francisco padrón. El resto del equipo debía situarse a una distancia mínima de 10 kilómetros de la playa de «La Tejita». Pero más adelante veremos cómo esto no se respetó del todo...
-En aquella época, el asunto del Sahara estaba revuelto y, a fin de no tropezar con ningún problema, solicitamos del Gobierno civil una autorización para desarrollar determinados estudios de radioastronomía. Y no hubo ningún problema. Se nos concedió ese permiso. De esta forma nos colocábamos a salvo de cualquier problema policial o militar. En realidad, un grupo de personas en un lugar aislado siempre infunde sospechas y podía ocasionarnos múltiples obstáculos... Nosotros habíamos denominado a aquel contacto «Operación 23». Estábamos ansiosos, pendientes del gran día. El equipo de expertos en electrónica del Puerto de la Cruz había trabajado a marchas forzadas para poner a punto los numerosos aparatos que iba a ser utilizados en el contacto. La víspera, una vez más, fueron probados en su totalidad. Funcionaban a la perfección.
-¿Qué equipos y aparatos se llevaron a la playa?
-José Luis Rodríguez García, ingeniero en electrónica y presidente de la unión de radioaficionados del Puerto de la Cruz, diseñó un material valorado en más de medio millón de pesetas. Entre otros, se llevaron un detector de ondas electromagnéticas, de rayos infrarrojos y otro de ultravioletas. También dos cartuchos blindados en los que se encerraron dos rollos de película virgen: uno para infrarrojos y el otro para ultravioleta.

El equipo utilizado por Paco Padrón: el equipo colocado con sus correajes, y el equipo de análisis y telemetría de Emilio Bourgón. Con él, a través de su baliza, podía seguirse la situación de los testigos en la playa de «La Tejita», conociendo así los datos sobre temperatura que recibían por radio, que quedaban almacenados en la memoria. para ello se contaba con un microordenador, así como con datos de radiación, campos magnéticos, luz, etc. Todo ello era registrado igualmente por un contador digital que comprobaba la activación de los diferentes elementos sensibles. Todos estos datos fueron sometidos posteriormente a ordenadores.


Registrador de ondas cerebrales

-¿Qué finalidad tenían esos rollos de película?
-Averiguar si podían verse afectados por algún tipo de energía desconocida para nosotros. Una radiación provocada lógicamente para impresionar esas películas...
Además de esto se dispuso un registrador de ondas alfa, beta, gamma, delta y zeta, todas ellas vinculadas a la actividad cerebral. Igualmente, una sonda de radio de un watio, con una señal especial, que permitía emitir desde cualquier punto del espacio...
Todos estos datos eran recogidos en una memoria, a través de un código en lenguaje binario, que posteriormente sería sometido a un ordenador electrónico existente en el Puerto de la Cruz y que estaba dispuesto también para los análisis posteriores del experimento.
Este conjunto de sensores y aparatos electrónicos iba a ser utilizado por los dos miembros del equipo que tenían la misión de permanecer en la playa. Y a su vez, a través de otro emisor, todos los datos y señales serían recogidos en la «estación de control» prevista a 10 kilómetros y en la que se encontraría el grueso del equipo.
Estos últimos aparatos electrónicos serían portados por Emilio Bourgón, que, como decimos, se encontraría en comunicación permanente con la «estación de control».
Por otra parte, Francisco Padrón Hernández tenía a su cargo una serie de aparatos que le serían colocados a la altura del tórax. Entre ellos, un micrófono con un alcance de 100 metros, que registraría todo lo que se produjera alrededor de los dos miembros del grupo. Y en el mismo equipo, un captador de respiración y de ritmo cardíaco.
-Es decir -prosiguieron los propios protagonistas- cualquier anomalía o alteración de Paco Padrón quedaría automáticamente registrada. El micrófono de 100 metros quedaba sintonizado con otro aparato que sería situado en el interior del coche, allí, en «La Tejita». Este último receptor, de considerable tamaño y potencia, se hallaba enlazado con el control central y disponía de una cinta magnetofónica, donde quedaría registrados todos los datos, conversaciones, etc. Las normas que teníamos, por parte del equipo de electrónica, respecto a este aparato eran que debía permanecer desconectado y únicamente activarlo en el instante en que observáramos algo. Por supuesto, el sistema de seguridad de este receptor era muy bueno. Resultaba poco menos que imposible ponerlo en marcha si antes no se anulaba el mencionado sistema de bloqueo. Paco Padrón, además, llevaba entre esos aparatos un emisor de VHF-FM, un antena y otro estuche con baterías. En cuanto a la «estación de control», situada, como decimos, a unos 10 kilómetros de la playa y en el lugar más dominante, disponía de todo un complejo equipo de seguimiento y control de cada uno de los aparatos anteriormente mencionados. Sólo faltó el radar, que no pudo ser concluido a tiempo para la experiencia.
-¿Cuántas personas iban a formar el equipo de la «estación de control»?
-Tres: José Julio Rodríguez García, el fotógrafo profesional Horst Ostrowski y Lorenzo Rodríguez, el técnico en computadoras. Nosotros entonces no sabíamos que otras muchas personas habían acudido de forma «clandestina» al lugar. Y entre éstas, otro de los miembros del grupo, José Luis González, perito agrícola y también fotógrafo profesional, a quien acompañaba su esposa. Él, precisamente, iba a tener un papel importantísimo en aquella noche del 23 de octubre...

Croquis de la situación de los testigos


Salió del mar...

Y llegó la tarde del día 23 de octubre de 1975. Todos partieron hacia «La Tejita», en el sur de la isla de Tenerife. Todos marcharon con el lógico nerviosismo, con la incertidumbre, con las naturales dudas...
Y los coches que formaban la expedición dejaron la autopista del sur hacia las siete de la tarde. Uno de los vehículos se dirigió a la playa, mientras los restantes buscaban la zona idónea para la instalación del campamento o «estación de control», a 10 kilómetros en línea recta de la conocida playa.
-Disponíamos -me comentaron los miembros del grupo que participó en aquella inolvidable jornada- de varias emisoras portátiles de gran potencia, que servían para intercomunicarnos en cualquier instante. Probamos de nuevo los aparatos y vimos que funcionaban a la perfección.
-Pero, ¿a qué hora estaba previsto el avistamiento?
-Para la once de la noche. El equipo del Puerto de la Cruz llegó al área como a las ocho y media de la noche y, rápidamente, se dirigió al punto elegido para la «estación de control», montando sus aparatos, cámaras fotográficas, filmadoras, etcétera. Hicimos un nuevo «contacto» y los extraterrestres nos informaron de que el avistamiento se había adelantado.
-¿A qué hora se hizo ese nuevo contacto y dónde tuvo lugar?
-Fue hacia las nueve, en la misma playa de «La Tejita».
-¿Cómo estaba el cielo?
-Absolutamente limpio. Era una noche despejada, serena, estrellada. Y la verdad es que nos equivocamos en un par de ocasiones. En especial cuando las estrellas se encontraban casi sobre el horizonte, donde su «parpadeo» y coloración puede variar, como consecuencia de la refracción de la luz en las capas atmosféricas. Esto suele confundir a muchas personas. Hay, sobre todo, una zona del firmamento, la de la constelación Orión, en la que las estrellas adquieren unos colores que pueden llevar a confusiones...

Dibujo de la playa de «La Tejita». Una formidable «burbuja» luminosa precedió a la aparición del ovni. Aquella gigantesca «campana» de luz fue observada desde numerosos puntos de las islas Canarias.


Las nueve y veinte

-Pues bien, hacia las nueve y pico nos encontrábamos ya con todos los aparatos colocados. El equipo de José Julio nos daba las últimas instrucciones antes de partir hacia la «estación de control» cuando, de pronto, descubrimos un tremendo resplandor sobre el mar... Eran las nueve y veinte de la noche. Todo el horizonte de iluminó. Era como un foco central muy brillante, que extendía un formidable resplandor a varios kilómetros de distancia. Llamamos alarmados a los de la «estación de control» y les preguntamos si veían también aquel enorme resplandor. Nos respondieron que sí. Pero, por lo visto, hacía escasos segundos que acababan de acababan de llegar a la estación y se encontraban todavía preparando algunos de los aparatos... Al cabo de un minuto, más o menos, «algo» salió del mar. Era un objeto blanquisímo, con una especie de estela.
-Vayamos por partes. ¿Cómo apareció aquel resplandor inicial?
Desde el punto central en el mar, aquella luminosidad se propagó en forma de abanico. Y todo quedó iluminado, incluida la playa donde nos encontrábamos.
-¿A qué distancia podía estar aquel foco central de luz?
-A bastante. Nosotros calculamos un mínimo de 20 kilómetros.
-Pero, ¿cómo ocurrió?
-Fue instantáneo. Como si hubiera estallado algo...
El grupo que contempló aquel gigantesco resplandor y la posterior salida de un objeto me dibujó en varios planos las dimensiones aproximadas del fenómeno. Y quedé sorprendido ante la envergadura del mismo...
-...Pero es que esta «burbuja» luminosa fue vista incluso desde la ciudad del Puerto de la Cruz, a través de la cadena montañosa. Esta ciudad está a unos 40 kilómetros en línea recta. Y en medio, como decíamos, se encuentra el Teide...


A más de 10 kilómetros

-Entonces, ¿qué altura pudo alcanzar ese resplandor?
-Más de 10 kilómetros.
-¿Y qué sucedió con el objeto que salió del mar?
-Surgió en diagonal. Y a los pocos segundos desapareció.
-En total, pues, ¿cuánto duró aquello?
-Desde que apareció el resplandor hasta que comenzó a disminuir de intensidad, con la súbita y vertiginosa salida de aquel objeto del mar, algo más de un minuto...
-¿Qué tamaño podía tener el ovni?
-Era difícil precisar. Estaba indudablemente a mucha distancia. Quizá pudiera «tapar» el tamaño de una moneda de cinco duros. El resplandor era tan fortísimo que resultaba difícil la observación. Lo que sí vimos con claridad, por supuesto, fue la salida del mar de aquel objeto. Y se produjo como un disparo. Después, lentamente, la «burbuja» luminosa decreció hasta desaparecer. Y todo, además, en silencio.
-¿Cuál fue la reacción de los que se encontraban en la playa?
-Como cada vez que habíamos tenido un contacto, esperando que se acercaran. En otras palabras, nos disgustamos. Primero porque el avistamiento se hubiera producido antes de lo anunciado. Y, segundo, porque no se aproximaron...
-Pero, ¡el hecho se produjo! -comenté con asombro.
-Sí -respondió el grupo-, pero era ya el tercero o cuarto avistamiento importante y, además, nos habían asegurado que se situarían a unos 100 metros de nosotros... Nos habían comunicado incluso que una de las dos naves que acudirían al avistamiento se posaría cerca del lugar donde estaríamos nosotros. Imagínate, por tanto, nuestra desilusión...
Si realmente se había producido la salida del mar de aquel ovni, yo, francamente, no comprendía tal desilusión. Me hubiera dado por muy satisfecho de haber podido estar simplemente allí...
Pero las desilusiones del equipo no iban a terminar esa noche. Porque al recoger el instrumental y reunirse con el resto del grupo en la «estación de control», Emilio y Paco supieron que, como consecuencia del «adelanto» en el avistamiento, las cámaras fotográficas y las filmadoras que estaban siendo situadas en aquel instante en la «estación de control» no llegaron a utilizarse.

Las cuatro fotografías tomadas por José Luis González.


Fue fotografiado

La desmoralización, no obstante, duraría poco. Porque otro miembro del equipo, José Luis González Pérez, fotógrafo profesional, a quien acompañaba su mujer Ana Luisa Padilla, sí había captado la salida del mar de aquel ovni.
José Luis -según me narró personalmente- no había sido incluido en la lista de los que debían acudir al avistamiento de aquel 23 de octubre en la playa de «La Tejita». Sin embargo, su curiosidad fue tal que no dudó en acercarse de forma «clandestina» a dicha playa, apostándose, desde las siete de la tarde, a menos de dos kilómetros del lugar.
-Hacia las ocho y media de la noche -me explicó el fotógrafo- preparé todas las cámaras. Yo sabía ya la situación de Emilio y Paco porque había visto los disparos de flash que lanzaban hacia la «estación de control» a fin de aquellos pudieran tomar una referencia exacta de su posición en la playa.
-¿Qué cámaras llevabas?
-Una Olympus OMO con un teleobjetivo de 1000 milímetros con triplicador. Iba cargada con película Recording de la casa Kodak. Su sensibilidad es de 6.400 ASA. También monté una Pentax con otro teleobjetivo de 1000 milímetros, con película TRI-X y también con Ektachrome. Y unos prismáticos de visión nocturna. En fin, que mi mujer y yo esperamos unos tres cuartos de hora. Hacia las ocho y media observé el mar con los prismáticos y vi un barco. Al cabo de un cuarto de hora volví a mirar y allí seguía el mismo barco. Pero muy cerca había también una luz que me extrañó. Y de pronto comenzamos a ver unas luces de color rojo y verde a ambos lados de la playa. Eran como destellos. Yo estaba muy intrigado. Observé aquella luz con los prismáticos y centré el teleobjetivo sobre la misma. Me costó trabajo, porque el ángulo de la cobertura del mismo es de 0,75 grados. Preparé la velocidad, etcétera, y volví a mirar por los prismáticos. Y, de repente, veo que se empieza a encender como un foco. Un foco gigantesco. Un foco que iluminó el mar y hasta la playa y la montaña Roja.
-¿Como la luz de un faro?
-No. Aquel foco sería diez veces más potente. Recuerdo que me encontraba con los prismáticos en la mano izquierda y el cable del disparador en la derecha. Y no hacía más que gritarle a mi mujer: «¡Dispara! ¡Dispara!» Pero yo no pulsaba el disparador de mi propia cámara... En ese instante volví a mirar por el teleobjetivo de mi cámara, por si aquella luz se había movido, y, efectivamente, observé que empezaba a desplazarse. Era como si saliera del mar y se elevase... Y disparé la cámara.
-¿Cuánto pudo durar aquello?
-No sé, quizá un minuto. De pronto comenzó a apagarse. Y todo quedó de nuevo como antes.
-Es decir, en total, ¿cuántas fotografías captaste?
-Creo que fueron cuatro.
José Luis y su mujer esperaron una hora y media más. Pero ya no vieron nada. Y decidieron regresar a Santa Cruz de Tenerife con el reducido pero valioso cargamento. En aquellos momentos, como decía al principio, los miembros del equipo que habían acudido a la playa de «La Tejita» no podían sospechar que alguien -precisamente de su grupo- había conseguido fotografiar la salida del mar del resplandeciente ovni.
Las fotografías, naturalmente, han sido analizadas de forma total. Los resultados, como era de esperar, fueron positivos. Las imágenes captadas aquella noche corresponden a un objeto volador no identificado que, incluso, parece haber cambiado de forma «sobre la marcha».
La gigantesca «burbuja» de luz que precedió a la salida del objeto fue vista desde numerosos puntos de las islas de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria, causando el natural asombro.
Curiosamente, en noviembre de 1976 y en marzo de 1979, miles de personas serían testigos igualmente de otros fenómenos similares, registrados también en mitad del archipiélago canario. El segundo de ellos -al que dedico un amplio informe en páginas próximas- iba a resultar especialmente importante.


Informacion sacada de: http://www.planetabenitez.com/ovnis4/1975operacion23.htm

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